He encontrado el amor en Madrid // Weston Fleming

Arriba: Estatua, cerca del Museo de América
Derecha: Fotos de mi teléfono, con un objetivo "fisheye" simulado

Aparte de mi teléfono celular—un smartphone con una cámara “modesto,” en el mejor—yo no tengo una cámara. Nunca he tenido una, de hecho, y nunca sentía la necesidad de poseer una para sacar fotos de mi tiempo con programas como Duke in Madrid (mi tercer programa en el extranjero). Para mi, sacar las fotos puede ser una distracción—yo prefería disfrutar el momento, apreciar el aura de que estoy viendo. Sí, quiero recordar, y quiero tener un documento de que he experimentado (y con todo el mundo sacando fotos de los sitios que hemos visitado, hay un montón de documentos sobre nuestra experiencia colectiva)—pero temo que el hambre para tener fotos de cada momento echaría a perder mi experiencia. Es decir, no quiero solo tener memorias de sacar fotos.

Y también, hasta este semestre, siempre tenía mis sospechas sobre la fotografía como un arte. Prefería la pintura, la dibuja; la rendición de la vista, no sólo su captura. Pero, como un estudiante de la neurociencia en una programa académica llena de clases de economía y la historia (que no me ayudarán para graduarme), tenía una oportunidad para estudiar alguna diferente. Elegí una clase de fotografía, y era unas de los mejores decisiones de mi semestre.

La introducción a fotografía es práctica—se aprende como una cámara (digital o analógica) funciona, como usar ambos tipos de cámara, como desarrollar y revelar las negativas, como editar una foto digital (una habilidad especialmente útil). Y a diferencia de muchos de los materiales que he aprendido en mis clases universitarias, yo sé que voy a recordar estas cosas.

Pero más importante, para mi, es como mi percepción de la fotografía como un arte ha cambiado. Unos de los días mas memorables para mi este semestre han sido día en los que, con mi iPod y una cámara prestada, y sin mapa o un gran destino o expectaciones, sencillamente caminé. Quería buscar la belleza inesperada—lo accidental, lo sutil, lo oculta. Exploré la periferia de la ciudad con el objetivo único de sacar buenas fotos. Y creo que tenía éxito.

No voy a decir que mis fotos eran las mejores, pero aprendí del desafío de capturar una vista valiosa—diferente, provocativa, y estéticamente agradable—de cualquier escena. Empecé apreciar la dificultad de componer, de seleccionar que debe y no debe estar en la foto. Empecé apreciar como la perspectiva del fotógrafo puede dictar como se lee la foto. Y comencé a tomar fotos en mi propia cuenta, con mi teléfono, durante nuestras viajes y días normales.

En breve, aunque es kitsch decir, me enamoró de la fotografía, y ha sido un aventura muy agradable, muy gratificante. Todavía no tengo planes para comprar una cámara real (y, sin duda, ¡no tengo el dinero para comprarla ahora mismo!), pero estoy seguro que continuaré explorar la fotografía. 

Detti Belina, modelo para mi proyecto del retrato